amarilleando historias 52 retos de escritura # semana 6


Un sol amarillo brillaba en cielo, sus rayos entraban por la ventana dejando ver las motitas de polvo que bailaban lentamente subiendo y bajando en el haz de luz que las pintaba de amarillo. Se levanto de la mesa en la que estaba trabajando frustrada por las constantes interrupciones.

Su hijo había aparecido con la camiseta completamente amarilla, con una mancha enorme de lo que parecía gelatina de limón, e iba gritando por toda la casa reclamando su atención. Con una paciencia infinita le cambio de ropa, le sonrió y le dijo que mama tenía que trabajar, que si era importante papa estaba en casa también y el le ayudaría. Se rio, sabía que aunque su marido lo intentara, en cuanto había un problema o duda iban a buscarla a ella. 

Volvió al despacho y cerró la puerta. Se sentó frente al ordenador y paseo la mirada por la habitación. La luz que entraba por las ventanas le daba un hermoso color amarillo a las paredes, la hacía la sala mas cálida de toda la casa y su favorita sin duda. Una pared entera estaba forrada de libros, junto a la ventana había un escritorio con una silla y en la otra pared junto a una mesilla con una lamparita había una mecedora tapizada con una tela de grandes flores amarillas. La mecedora había pertenecido a su abuela y aunque odiaba el estampado no se atrevía a cambiarlo.

Unos golpes en la puerta la distrajeron por enésima vez esa mañana. Se levantó entre enfada y frustrada. Al abrir la puerta no pudo menos que sonreír ante la visión que apareció en el suelo. Su pequeña monstruo, que acaba de cumplir un año, estaba aporreando la puerta con un cubo de madera amarillo en una mano. Cuando le vio, la pequeña sonrió y en ese momento le dio un ataque de risa a la madre. La boca de la pequeña estaba completamente amarilla, lengua, dientes y labios, y al haber sonreído, arrugando un poco el entrecejo y la naricilla, habían aparecido los cuatro dientes que tenía con cachitos amarillos de alguna pintura que habría encontrado por el suelo.

Definitivamente ese día poco podría avanzar con el trabajo, así que suspirando cogió a la niña en brazos, cerró la puerta del despacho atrapando la luz amarilla en el interior y dando por terminada la jornada se dirigió a la cocina para limpiar y atender a esos maravillosos monstruitos que tanto la querían.





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