mensajes en alta mar 1890 52 retos de escritura #semana 7
La crisis de cuba estaba alterando la tranquilidad en casa de la familia Valparaíso. El señor Hilario, dueño y señor de la hacienda, estaba de un humor de perros cuando al volver de la lonja del puerto le habían comunicado que ese día tampoco tenían noticias de sus buques. Llevaban casi un mes de retraso desde que se suponía que debían haber llegado. Esperaba un cargamento desde cuba, un cargamento de café y tabaco de la plantación que su hermano tenía allí, y seguramente algo de oro. Hace casi veinte años que su hermano se fue a hacer las Américas y desde entonces el negocio había prosperado gracias a esos buques que fletaban, con mercancías de allí, para comerciar aquí. Tenían un negocio sólido y rentable que se estaba viendo amenazado con las noticias que llegaban de los insurrectos cubanos.
Los gritos se oían por toda la casa. Con el señor así, los criados y demás habitantes de la casa intentaban pasar inadvertidos y se escurrían como sombras en silencio, evitando interponerse en su camino. Primitiva era la más joven de las criadas de la casa y se encargaba sobre todo de cuidar a los hijos que el señor Hilario había tenido con su difunta mujer, la cual había muerto hacia 2 años al dar a luz a su quinto hijo. El señor no se había vuelto a casar, no lo necesitaba, puesto que cuando necesitaba desahogarse ya tenía a las criadas para ello. Por eso en situaciones de enfado Primitiva sabía que tenía que pasar desapercibida.
La aldaba de la puerta de entrada sonó, traían un mensaje del puerto para el señor de la casa. En ese momento en la casa estaba la cocinera preparando la comida, la institutriz con los niños y Primitiva haciendo alguna labor sin importancia por lo que fue la encargada de subir el mensaje al señor. Esperaba que fueran buenas noticias, así que rauda corrió a entregarle el mensaje.
Suavemente golpeo con los nudillos la puerta de nogal oscuro que estaba entreabierta. Su señor estaba sentado tras la mesa de escritorio llena de pergaminos medio enrollados y libros de cuentas abiertos sobre ella. El tintero con la pluma de ganso descansaba en una esquina y detrás del escritorio una pared llena de volúmenes pulcramente ordenados decoraban la habitación. Hilario la miró rojo de ira por haber interrumpido su labor y Primitiva rauda le entregó el mensaje lacrado. Esperó junto a la puerta instrucciones como hacía siempre, aunque enseguida se arrepintió de no haber salido. La cara de su señor cambió del rojo al blanco pálido un segundo, para luego volverse roja otra vez, aun mas intensa que antes si cabe. Soltando un improperio se levantó de silla y volcó la mesa de la rabia haciendo que los papeles se desperdigaran por el suelo y el tintero se volcara derramando la tinta por el suelo. Las noticias no eran buenas. La armada estadounidense había hundido los barcos pertenecientes a la familia Valparaíso haciendo que todo su contenido acabara en el fondo del mal. Hilario maldijo la guerra de cuba y pateó todo lo que encontró a su paso, hasta que vio a la asustada criada mirándole desde la puerta. Se acercó a ella, que al ver lo que pretendía su amo y señor intentó salir por la puerta, pero Hilario fue mas rápido y la agarro por la cintura impidiéndole el movimiento. Su señor era un hombre fornido aunque no gordo, pues le gustaba mucho cabalgar en sus ratos de ocio, por lo que tenía bastante fuerza, y unido todo ello a que Primitiva era una joven delgada y pequeña, poco pudo hacer contra su señor. Se resigno sabiendo que acabaría pronto y que en ese estado de enfado que tenía era mejor ser sumisa y dejarse hacer.
Así fue, aproximadamente diez minutos después, Primitiva abandonaba la habitación con lágrimas en los ojos y recomponiéndose la ropa, dejando tras de si a un Hilario algo más calmado, sentado otra vez en la silla de cuero, mirando el desastre y pensando como actuar ahora que perdía unos ingresos bastante rentables y veía que su situación económica podría peligrar si España perdía las colonias cubanas allí en el mar caribe.
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