mi penosio 52 retos de escritura #semana 8


Los primeros acordes del waka-waka de Shakira de su móvil despertaron a Miguel de su profundo sueño. Odiaba esa canción y su hermana se la había puesto como tono de llamadas porque a ella le encantaba. Sin abrir los ojos cogió el teléfono de la mesilla de noche y descolgó sabiendo de antemano que era precisamente ella la que llamaba. 

-¿Qué quieres Ágata?- Respondió con la cara hundida en la almohada.

-¡Buenas noticias Miguel! Me han dado el trabajo en la fábrica.

-Genial.. Bienvenida al mundo del proletariado cansado... las largas jornadas y el bajo salario...-contestó irónico.

-¡Pero que dices! Las condiciones son geniales. Ocho horas de lunes a viernes así que tengo los fines de semana libres y me van a pagar ¡mil ochocientos euros! Me voy a poder independizar por fin y no sabes las ganas que tengo. Además de las vacaciones y ..

-Muy bien Ágata, me alegro mucho por ti- Le cortó miguel sarcástico.- Yo trabajo diez horas todas las noches en un aparcamiento de lunes a domingo y librando un día a la semana que mi hermana llama para interrumpir mi descanso y decirme lo perfecta y maravillosa que es su vida comparada con la mía. Mi situación es muy mala así que no me llames para contarme tus cosas.

-Uy vale, perdona por intentar querer compartir mi felicidad contigo.-Dicho esto Ágata le colgó.

Miguel con un suspiro miró la hora del teléfono y maldijo cuando vio que eran casi las cuatro de la tarde. Esa noche no le tocaba trabajar y se había propuesto levantarse a una hora relativamente decente para ir al gimnasio y hacer algo de compra, pues tenía la nevera y la casa desatendida. El horario de noche del trabajo le estaba pasando factura y últimamente se sentía de un humor de perros y bastante desilusionado porque todo en su vida le estaba saliendo mal.

Salió de la habitación descalzo y en calzoncillos dirección a la cocina para desayunar algo. Saludó en el pasillo a su gato atigrado Zarpas que se frotó contra su pierna dándole los buenos días. Era el único que entendía su situación y que no opinaba ni judgaba. Al entrar en la cocina pisó algo blando.

-¡Pero que coño!- Miguel había pisado una mierda de gato.-Puto gato cabrón. Pero que asco. No tendrás un cajón para hacer estas mierdas.

Al oírle así el gato, que le había seguido a la cocina, se escabulló por la puerta, y Miguel se acercó a la caja de arena dándose cuenta que hacía al menos una semana que no la limpiaba. No se había acordado de cambiarle la arena y por eso el gato había buscado un sitio diferente.

-Oh joder. ¿Es qué me tiene que pasar a mi todo?

Miguel se dirigió al baño a limpiarse el pie y mientras esperaba que se calentara el agua de la ducha se puso a mear. Cuando terminó metió el pie bajo el agua que salía ardiendo. Al entrar en contacto con su pie, Miguel soltó un grito y rápidamente quito el pie de debajo del agua caliente, lo que hizo que perdiera el equilibrio. Para evitar caerse se agarro a una estantería de madera bastante endeble que en vez de mejorar la situación la empeoró. La estantería no estaba fijada a la pared por lo que en cuanto se agarró para sujetarse a ella la estantería se venció haciendo que Miguel cayera al suelo y encima de él, cayera la estantería con todas las cosas que en ella había. Se rompieron frascos de cristal de colonia en el suelo, se desperdigaron botes de cremas y las toallas y el papel higiénico quedaron impregnados de crema y colonia.  

Miguel sintió las lagrimas a punto de salir por sus ojos. No era justo. Todo absolutamente todo lo malo que le puede pasar a alguien le estaba ocurriendo a él. Se incorporó como pudo. Le dolía el culo y tenía arañazos en los brazos de haber intentado parar la estantería en la caída hacia su cara. Además la alcachofa de la ducha, que aún estaba encendida, no hacía mas que sacar agua fuera del plato, por lo que la situación era bastante caótica. Apagó la ducha y se limpió el pie como pudo con las toallas que aun estaban limpias y con las que estaban sucias recogió un poco el baño. 

Se sentía triste y disgustado por como le iban las cosas en la vida. Tenía un trabajo de mierda, no tenía novia y sus amigos habían dejado de llamarle para salir. Encima su gato, su único compañero, le dejaba regalitos en forma de bolas marrones y pegajosas que le ponían en situaciones realmente humillantes. Se alegraba al menos de vivir solo, su ultimo compañero de piso había preferido irse a vivir con la novia. Aún se lo reprochaba. El muy cabrón se largó un día dejando el dinero del alquiler encima de la mesa y sin despedirse. Ni siquiera se había molestado en buscar un nuevo compañero. Para que. Sentía que si dejaba entrar a alguien en su casa se reiría de sus desgracias y sería demasiado humillante. Mejor solo.

Andaba echándole la culpa a la vida de su situación cuando el teléfono sonó de nuevo. Ahora era su jefe el que hacía que Shakira sonara insistente de nuevo.

-¿Si?

-Hola Miguel, soy Juan Luis. He tenido una baja de ultima hora y te toca cubrir el turno de noche hoy.

-Pero si hoy es mi día libre.

-Lo sé, por eso te llamo a ti.- Respondió de malas maneras su jefe, al que no le gustaba que le hicieran perder el tiempo con obviedades.- Eres el único que puede venir porque no esta haciendo un turno ahora mismo. Ya mañana a la mañana te llamo para ver que día te puedes coger fiesta. Te quiero en tu puesto a las ocho. Hasta mañana.

Ahora si que si se sentía el hombre mas desafortunado del mundo. Cuando parece que as tocado fondo y solo puedes ir hacia arriba el suelo se hunde bajo tus pies. Deprimido y desmoralizado llamó a su hermana, que seamos sinceros, era la única que le cogía el teléfono.

-¡Hombre! ¿Llamas para pedirme perdón por ser tan poco empático?- La voz de Ágata sonaba entre resignada y divertida.

-¿Porqué iba yo a pedirte perdón?- Miguel ya no recordaba la conversación de hacia un rato.- Tengo un mal día Ágata.

- Y porque tendría que importarme.

-Vamos anda no seas cruel. Estoy teniendo un día horrible- Miguel pasó a explicarle, con pelos y señales, todo lo que le había ocurrido desde que le había colgado el teléfono, haciendo hincapié en las cosas tan terribles que tenía que soportar en su vida, victimizándose hasta tal extremo que al otro lado de la línea su hermana ponía los ojos en blanco e intentaba aguantar la risa.- Y para colmó tengo que ir a trabajar hoy. 

-Pues no vallas.

-¡Pero qué dices! Como no voy a ir... Estas loca.

-Mira Miguel, te pasas el día quejándote de todo lo malo que te ocurre pero no haces nada por cambiar la situación. Y si tu no das el primer paso yo no te voy a ayudar.- Y le colgó, dejando a un boquiabierto Miguel, abatido y triste aún mas si cabe.

Miró el reloj y comprobó que tenía al menos un par de horas hasta que empezara el turno así que preparó todo, cenó algo rápido y salió dirección al trabajo. Llegó puntual, saludó a su compañero, que estaba ya preparado para marchar, y se sentó en el cubículo acristalado dispuesto a pasar la noche, que  esperaba que fuera aburrida, y a aguantar a algún que otro cliente indignado quejándose por alguna chorrada.

Las primeras tres horas pasaron despacio. Miguel veía entrar y salir coches. Delante de su cristal pasaban hombres trajeados conduciendo deportivos increíbles, familias felices buscando sus cochazos todoterrenos con cristales tintados, todo ellos pavoneándose delante de Miguel, sonriéndole con superioridad, a él, un misero vigilante de garajes, o esa era la película que se montaba él solo en su cabeza mirándoles con envidia y maldiciendo su miseria y su mala suerte.

-Buenas noches, disculpe igual podría ayudarme.- Una voz le sacó de sus fantasías.

Ante el había una joven de su edad, quizá un poco mas joven que él, morena de pelo largo que le caía haciendo unas ligeras hondas. Unos ojos azules claros le miraban intensamente detrás de unas impresionantes pestañas que provocaban pequeños huracanes cada vez que pestañeaba. Unos labios finos pintados de un dulce rosa claro dejaban entrever unos dientes blancos. La joven llevaba un vestido verde debajo de un abrigo negro y aunque no era lo que se dice delgada, las formas de su cuerpo eran extremadamente sensuales y bien definidas. Un poco aturdido por lo que estaba viendo, Miguel carraspeo y asintió sintiendo como le empezaban a arder las mejillas.

-Verás es que acabo de pagar el ticket del parking pero se me ha olvidado un papel en la oficina. Tardaré solo 5 minutos y no voy a sacar el coche del parking para volver a entrar de nuevo y volver a salir.

-Claro no te preocupes luego te abro yo la puerta si te pasas de hora. Sin problema.- No era la política del parking pero le daba igual. La verdad, con la sonrisa de la chica le había abierto la puerta aunque no hubiera pagado.

-Muchas gracias enseguida bajo.- La joven se fue corriendo dejando a Miguel bastante aturdido. 

Hacía mucho tiempo que no tenía una conversación con una mujer, si a eso se le podía llamar conversación. De echo la única con la que hablaba era su hermana. Durante la universidad había tenido algún rollo pero nada serio y siempre eran ellas las que llevaban la voz cantante. Él no sabía tratar con mujeres. Se ponía rojo y a veces hasta tartamudeaba de los nervios. 

Diez minutos después la joven volvió a bajar y se dirigió a donde él estaba.

-Hola de nuevo, muchísimas gracias. Por cierto me llamo Amanda y bueno, te he traído un café no se si te apetecerá tomártelo conmigo.- La joven levantó los dos vasos de papel que tenía en las manos mostrándoselos a Miguel y sonriendo inocentemente.

De forma instintiva Miguel se levantó de la silla, demasiado rápido quizá, pues al levantarse se golpeó con la mesa tirando parte de los papeles que habían en un lateral. Rojo de vergüenza intentó no mirar a Amanda mientras se acercaba para abrirle la puerta del cuartito e invitarla a pasar. 

-Si si claro pasa.

El espació no era muy grande en el interior pero limpió un poco la mesa y arrimó otra de las sillas para que pudieran estar los dos cómodamente sentados.

-Gracias. He pensado que tendrías que estar toda la noche y que te vendría bien cafeína.- Dijo con una sonrisa sincera y amigable.

-Si es.. es.. estupendo- Empezó a tartamudear un poco.  

No se atrevía a mirarla, pensaba que sería algún tipo de broma o que su jefe aparecería en cualquier momento montando en cólera. Pero cuando se atrevió a mirarla, en sus ojos vio una sinceridad y una empatía que le dejaron sin aliento. De repente se sintió a gusto con Amanda, una sensación de calma inundó el cuartito y él se relajó. Estuvieron una hora hablando de trivialidades. Amanda le contaba cosas de su trabajo y de su vida y él se limitaba a escucharla y hacer algún comentario para animarla a seguir hablando. De vez en cuando Amanda se reía con una risa alegre y contagiosa que hacía que le salieran unos hoyuelos que le llegaban a Miguel al alma y le hacían sentir algo parecido a la felicidad. Hacía mucho tiempo que no se sentía así. Todas sus preocupaciones desaparecieron y solo estaban Amanda y él en el mundo. Estaban muy juntos en un espacio muy pequeño y olía su colonia y su olor corporal. Había algo que le atraía hacia ella. Levantó la mano para coger el café y sin querer rozó la mano de Amanda que en ese momento guardó silencio. Se miraron un segundo y Miguel sintiendo otra vez el rojo en su mejilla apartó la vista y la mano. 

-Miguel- Susurro Amanda muy bajito obligándole a levantar otra vez la mirada hacia ella.

Los ojos azules de la muchacha se habían oscurecido. Las pupilas se habían dilatado hasta tal punto que casi no quedaba azul en eso ojos tan grandes. Los labios estaban ligeramente abiertos, y el cuerpo de Amanda se había inclinado hacía él reduciendo la distancia entre ellos. Miguel acercó su cara a la de Amanda a escasos centímetros. El tiempo se había parado, las células de sus cuerpos lanzaban chispas atrayéndose uno al otro. Había una fuerza invisible que obligaba a Miguel a seguir inclinándose hacia Amanda. Cuando sus labios por fin se unieron en un ligero beso la tensión que ambos acumulaban en el cuerpo se liberó. Después del primer beso, le siguió otro más, mas intenso, con mas prisa, las bocas se abrieron para dejar paso a las lenguas, que se encontraron y exploraron mutuamente. Las manos de Miguel elevaron a Amanda poniéndola a horcajadas sobre él, y recorrieron sus muslos, subiendo por su espalda y acariciando su cuello y enredándose en su pelo. Siguieron besándose y tocándose, ávidos por acariciar cada parte de su cuerpo y saborearse. Se olvidaron del mundo. No podían dejar de mirarse a los ojos, de probarse y explorarse, solo eran ellos dos, solos los dos.

Unos golpes en el cristal les devolvieron a la realidad. Al otro lado un hombre les miraba con cara de pocos amigos.

-Perdona pero no abre la barrera.

-Ahora mismo se la abro señor.- Dijo Miguel que pulsó el botón para abrir la barrera de forma manual.

Amanda que no se había desecho del abrazo de Miguel le miró y empezó a reírse a carcajadas. Una risa tan contagiosa a la que Miguel, cuando vio que el hombre ya estaba de nuevo en su vehículo, no pudo mas que unirse, porque la situación era bastante cómica. El lívido se les había esfumado. No sabía en que estaban pensando para hacer semejante locura, pero había sido una locura divertida. 

Amanda se levantó, cogió un papel y le apuntó su numero de teléfono. Recogió su abrigo y su bolso y acercando otra vez su cara a la de Miguel le dio un beso húmedo y breve en los labios.

-Llámame.- Le dijo desde la puerta mientras salía hacia su coche.

Con una sonrisa boba en los labios y el papel con el teléfono en la mano, Miguel pulsó el botón para abrir la barrera y ver como Amanda le saludaba desde el coche alejándose por la cuesta del parking.



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