búsqueda de un paisaje retos de escritura semana #51

 

Amanda corría por el pasillo del hospital buscando desesperada a una enfermera que le pudiera mostrar donde encontrar a su padre. Hacía una hora que le habían llamado diciendo que había sufrido un atropello y que se encontraba grave, y allí estaba ella, corriendo por las urgencias, intentando dar con él. Llegó al mostrador de información y enseguida un celador le acompaño a la sala donde tenían a su padre. Sin embargo al llegar no había nadie y una enfermera acudió a su auxilio. Por su gesto pudo comprobar que algo no iba bien, y temiéndose lo peor, le confirmaron que su padre no había sobrevivido al traslado en la ambulancia. La enfermera la acompaño todo el rato que hizo falta para que no desfalleciera y le llevó a ver el cuerpo. Tras varias horas hablando con enfermeras y funerarias sobre los tramites a seguir, Amanda abandonó el hospital triste y cansada, y con la bolsa de las pocas pertenencias que su padre tenía en el momento del atropello. Fueron unos días melancólicos e intensos, de preparativos y pésames, de los que se tuvo que encargar sola pues su padre, que murió con 73 años, había sido viudo los últimos diez, y ella no tenía hermanos. Cuando pasó todo lo relativo al entierro y tuvo tiempo de llorar la perdida a solas, Amanda se dio cuenta que no había abierto aun la bolsa con las pertenencias de su padre. Dentro de la bolsa, junto con el paraguas y las llaves de casa, estaba la cartera. Un monedero negro, pequeño y desgastado por el uso y lleno de tarjetas de socio de supermercados y monedas. Había además una foto de Amanda de cuando era joven y doblada entre los billetes, había otra foto aún mas antigua y aún mas desgastada que la cartera. Con mucho cuidado y bastante curiosidad, Amanda la abrió y la observó detenidamente. Era una foto en blanco y negro, en la que aparecían su padre, con unos veinte años, junto a una joven que no conocía, delante de un paisaje espectacular. En la imagen se veía a la pareja abrazada, con ropa cómoda, posando sonrientes sobre una loma, a cuyos pies se veía un pantano, rodeado de hermosas montañas, cubiertas de arboles y pastos, y un pequeño pueblo en una de las orillas. Se les veía felices y despreocupados. Amanda pensó que esa mujer debía ser importante para su padre, si después de tantos años aun conservaba la foto en la cartera. No recordaba tener en casa ninguna foto en la que sus padres sonrieran de forma tan abierta. Sabía que no habían sido plenamente felices en su matrimonio, pero nunca se habían faltado al respeto el uno al otro y Amanda creía que al final se habían llegado a querer. Intrigada por quién sería esa mujer, que posaba feliz al lado de su padre, se propuso buscar a que lugar pertenecía ese paisaje y donde podría encontrarlo, y quizá descubriendo el lugar donde se tomó la foto, encontrar a la mujer que hacía sonreír a su padre.

A la mañana siguiente se desplazó hasta el piso familiar situado en el centro de Toledo. Había sido el hogar donde había crecido y donde fue feliz. Aunque al entrar comprobó con pesar que, tras la ausencia de sus dos progenitores, ya no sentía la misma alegría dentro de la casa. Rebuscó entre los papeles de su padre alguna pista que le desvelara el lugar en el que estaba tomada esa fotografía y además de papeles relacionados con las escrituras de la casa, documentación sobre seguros y algún otro papel que guardó, pues le iba a venir bien para todo el tema del funeral, no encontró gran cosa en las carpetas y archivadores. Decidió buscar en los armarios, pues a veces las cosas más importantes las guardabas mejor, quizá por miedo a que un ladrón se fuera a llevar esas fotos antiguas que no tenían ningún valor económico pero que a uno mismo le parecían de oro. Y en efecto, escondidas en una lata de galletas en el cajón de las corbatas, que nunca jamás, después de la boda, había visto llevar a su padre, encontró unas cuantas fotografías junto a una cartilla militar. En una foto se veía a varios hombres, entre ellos su padre, de pie delante de un tanque, todos ellos vestidos de militares, sujetando fusiles y sonriendo a la cámara. En otra foto, su padre estaba sentado al volante de un Seat 600 sonriendo feliz. Y en la ultima foto, sobre un mantel puesto en el suelo, se veía a varias parejas comiendo unos bocadillos y pasándose una bota, presumiblemente llena de vino pensó Amanda. Entre las parejas se encontraba su padre junto a la mujer que reconoció como la chica de la foto, todos ellos tumbados sobre la hierba a los pies de una iglesia, en lo que parecía un día de fiesta, vestidas ellas con trajes tradicionales de faldas largas y camisas abullonadas. Las imágenes se veían en blanco y negro y Amanda no pudo distinguir los colores de las faldas. Cuando terminó de ver las fotos pasó a la cartilla y en ella se podía leer que su padre había echo el servicio militar en el norte, en una ciudad del País Vasco. Amanda contenta, descubrió que las fotografías eran de algún lugar cercano a la ciudad donde su padre había echo la mili. Feliz recogió todo el material que había encontrado y se dirigió a su casa donde buscó en internet todos los lagos, pantanos y demás masas de agua del País Vasco, hasta que dio con la que buscaba. Localizó enseguida un pantano inaugurado por Franco en 1958 y ubicado a unos 10 km de la ciudad de Vitoria. Además encontró el pueblo que se veía en la fotografía a la orilla del embalse y viendo las imágenes en internet, pudo asegurar que la iglesia que se veía en otra de las instantáneas era la misma que se encontraba en el pueblo. Comprobó la hora en el reloj del móvil, y al ver que aún no era ni medio día, no se lo pensó dos veces. Tenía unos días de permiso por el fallecimiento de su padre, así que preparó las maletas, introdujo la dirección en el GPS y puso rumbo a Vitoria.

Había sido una idea loca, pero ella estaba sola ahora y no debía informar a nadie de sus locuras, y además los viajes improvisados siempre salían bien, así que con la música a tope, enfiló la carretera deseando que lo que se encontrara al final del viaje mereciera la pena.

Le costó cinco horas llegar a su destino, habiendo parado para comer una vez hubo cruzado Madrid, y lo primero que hizo fue buscar una pensión donde poder descansar. El viaje había sido largo y empezaba a anochecer. Un viento frío le despeinó cuando salió del parking donde había estacionado su coche y una fina lluvia comenzó a caer, dejándola empapada en los escasos veinte metros que le separaban de la puerta del hostal, en el centro de la ciudad. Reservó una habitación, se ducho, se cambió y salió a buscar un bar donde comer unos pintxos, de esos tan famosos que recomiendan todas las guías de viajes. Casi dos horas después, Amanda caía agotada en la cama, saciada y feliz, durmiéndose inmediatamente.

A la mañana siguiente y con las pilas cargadas Amanda recogió las fotografiás y salió del hotel con la intención de aprovechar el día y encontrar el pueblo. Al contrario que el día anterior, esa mañana de principios de Otoño había amanecido con el cielo azul, despejado y claro, con un sol brillante que iluminaba la ciudad que aún mantenía el olor de la lluvia, caída durante la noche, que refrescaba el ambiente. Amanda abandonó la cuidad y se dirigió al pueblo a orillas del pantano, atravesando la llanada cubierta de tierras de cultivo preparadas para la siembra. La carretera discurría por un hermoso paisaje, subiendo y bajando por él, moviéndose con él, con pueblos pequeños dispersos, unidos por caminos amarillos de piedras pequeñas, con algún árbol desperdigado aquí o allí, fincas de pastos cercanas a los lejanos montes, en las que se veía alguna vaca pastando. En unos diez minutos llegó a su destino y aparcó delante de la iglesia que ya conocía por la fotografía. Deambuló largo rato sin encontrar a nadie por el camino, conociendo el pueblo y las pintorescas casas de tejados de madera y gruesas paredes de piedra. Todas ellas con hermosas flores cayendo por las balconadas y rosales trepando por las paredes. En la mayoría de ellas había grandes pabellones con tractores y aperos de labranza, y frente a una de las casas, sobre una lona en el suelo estaban, secándose al sol, las alubias aun en sus vainas. Amanda paseaba por el pueblo, pensando que hacía 50 años su padre había pisado ese mismo suelo y visto esas mismas casas. Le habría encantado poder compartir con él ese momento, saber que pensaba, y haber oído la historia de sus labios. La pena la invadió y asomó en formas de lágrimas al mismo tiempo que comenzaba a divisar la masa de agua del pantano frente a ella. Se sentó en la orilla de piedrecitas mientras dejaba fluir ese pesar que sentía en su interior.

El sonido de unas pisadas a su espalda le hizo volver rápidamente la cabeza, al darse cuenta que no estaba sola en la playa. Junto a ella había una mujer que se disculpó por haberla asustado. Amanda se puso rápidamente en pie al reconocerla. Era la misma mujer que aparecía en la fotografía junto a su padre. No se esperaba haberla encontrado tan rápido y le costó un momento recobrarse del susto. La mujer la miraba con una sonrisa amistosa y enseguida se puso a hablar sobre cosas triviales, relacionadas con el tiempo y el pantano. Amanda rápidamente se secó las lagrimas y pasó a explicarle quien era ella y, asegurándole que la estaba buscando, sacando al mismo tiempo la instantánea para enseñársela. La mujer se quedó mirando la imagen en silencio y Amanda respetó ese momento fijándose en su reacción. Poco después y con una sonrisa en los labios la mujer, que tendría unos 70 años, se sentó en las piedrecitas, con la mirada perdida en las montañas que se veían al otro lado del pantano, y sin esperar a que Amanda se sentara, y sabiéndose observada, comenzó a contar su historia. La historia de un amor profundo y sincero, de dos jóvenes que se quisieron desde el primer momento en que se vieron. Se conocieron por casualidad en la romería donde se tomo una de las imágenes, y desde ese día se hicieron inseparables. Estaban juntos todo el tiempo que el servicio militar les permitía, compartían risas y confidencias, e incluso habían planeado una vida en común juntos. Durante un permiso en el que volvió a Toledo, la mujer le contó que su abuelo volvió distante, triste y abrumado, y cuando intentó sonsacarle cual había sido la causa de tanto pesar, su abuelo le explicó que le habían concertado un matrimonio para unir a las familias por temas económicos. Le rogó que se fugasen juntos, que la amaba y que no quería perderla, pero ella sabía que no estaba bien. Ella no podía pedirle que abandonara a su familia y su vida por un amor. Ella también le amaba, le amaba tanto que estaba dispuesta a dejarle marchar. Y con pesar esa fue la ultima vez que se vieron. Ella nunca le olvidó. Siempre le guardó en su recuerdo y en su corazón, aunque nunca volvió a saber nada de él. Cuando terminó de narrar la historia la mujer se giró hacia Amanda y le dijo que su mira tenaz le recordaba a la de su abuelo. Tenía la misma mirada franca y sincera que él. Amanda le sonrió y le dijo que seguramente su abuelo no había dejado de amarla en ningún momento de su vida. Le dijo que había sido feliz pero que no la había olvidado y de ahí la prueba de que, entre sus efectos personales, la foto estuviera siempre con él. La mujer le sonrió con cariño y ambas, una junto a la otra, sentadas a orillas de ese hermoso pantano, con la mirada perdida en el horizonte montañoso, dejaron pasar los minutos en silencio, cada una a su manera, pensando con cariño en el hombre que las había unido en tan extrañas circunstancias.

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