caramelos de Violeta

 

Odio este olor pestilente a rancio y medicinas. Mi madre me obliga a venir y no se para que, la abuela no se entera de nada. Además paso de sentarme en esa habitación oscura mientras mama llora en silencio. Tampoco es que prefiera sentarme en estos escalones fríos pero ya que tengo que estar desde las escaleras de la residencia puedo contemplar las idas y venidas del resto de abuelos.

Mira que es feo ese papel pintado de flores amarillas de las paredes de la residencia de ancianos. Y hace demasiado calor. Preferiría estar en el skate con mis amigos y no en este edificio apestoso.

-Hola muchacho. ¿Qué haces aquí solo? Las escaleras están frías.

Levanto la mirada hacia un señor arrugado como una pasa. No es muy alto y va bastante encorvado apoyado en un bastón. En medio de su cara, una nariz grande y morada atrae todas las miradas. Al verse observado sus finos labios me devuelven una sonrisa leve con muchas arrugas alrededor.

-Que estas comiendo? - Sus huesudos dedos señalan una bolsa de caramelos que tengo apoyada en mi regazo.

-Son flores de Violeta.

Aunque no consigo verle los ojos detrás de las gruesas gafas intuyo que están brillando por la codicia. Se que a los abuelos les encantan estos caramelos. Y se también que la mitad de ellos los tienen terminantemente prohibidos. Por eso los traigo. Me encanta ver como se rebajan por uno de ellos.

-Tienes muchos en esa bolsa, si te los comes todos tu solo te dolerá la barriga.

Sonrío. Por educación porque no me gusta que me traten como un niño. Estos viejos se piensan que son más listos que nosotros solo por haber vivido más años. El ultimo al que le dí un caramelo no hacía mas que hablar de lo bueno que sería que jóvenes como yo fueran a la mili. También ese se rebajó para que compartiera mis flores de Violeta. Creo que le voy a seguir el juego a este señor.

-Igual le gustaría que los compartiera con usted.

He conseguido que se ponga nervioso. Sus ojos se han abierto tanto que ahora puedo ver que son marrones casi negros, o quizá es que sus pupilas se han dilatado por la emoción y el iris ha desaparecido. Le noto inquieto mirando de un lado a otro del pasillo. Tal vez atisbando que no entre ninguna enfermera y le pille con las manos en los caramelos.

-Me encantaría que los compartieras. Pero no aquí. - Puedo notar que ha caído. Intento disimular mi sonrisa así que me pongo de pie para evitar que me vea.

-Claro a donde quieres ir.

-Deberíamos ir a mi habitación.

Mierda acabo de oír como se cierra una puerta. Eso significa que en cuestión de minutos aparecerá alguien por aquí. En efecto una enfermera hace su aparición. Escondo rápido los caramelos en el bolsillo de mi cazadora y sonrío con cara de inocencia. Eso se me da muy bien.

-Hola chicos. ¿Qué hacéis aquí solos? Deberíais ir a la sala común.- Les gusta mucho mandar a estas enfermeras.

-Si tienes razón. -Mierda parece que el viejo se ha acojonado. Le veo que se gira como para seguir a la enfermera a la sala.

-Yo me voy a quedar aquí esperando a mi madre. Y este señor me estaba haciendo compañía, me estaba contando cosas muy interesantes la verdad.- Lanzo una estocada a la desesperada. No quiero perder la oportunidad, como se vaya estoy perdido.

El viejo me mira con curiosidad. Se esta pensando si marcharse o arriesgarse a quedarse. A ver si con un señuelo consigo convencerle. Sin que me vea la enfermera muevo el paquete de caramelos ligeramente fuera del bolsillo. El viejo baja la mirada y le noto dudar. Se lo esta pensando. Es ahora o nunca.

- Si no le importa enfermera, me gustaría que alguien se quedara conmigo mientras espero. No me gusta mucho estar solo aquí. -Algo que se me da muy bien es fingir una enorme pena. De hecho esta interpretación me ha salido genial. La enfermera ha sonreído y ha dado su conformidad. Y aquí estamos. El viejo vuelve a mirarme con interés. Creo que el si que ha pillado el truco. Igual es más listo de lo que creo y me parece que también se ha dado cuenta que soy mas listo de lo que cree. Si lo sabe no ha dicho nada. Sigue mirándome y me está poniendo nervioso.

-¿Entonces nos comemos los caramelos?- Me dice ya más tranquilo.

Le acompaño por el pasillo pero me detengo ante la salida al pequeño jardín trasero que tiene la residencia.

-Que te pasa muchacho.

-Bueno es que creo… Igual no debería acompañarle.

-Pero bueno y eso porque.

Ahora se esta enfadando. Se gira y se acerca a mí. Esta tan cerca que puedo oler su jabón. Huele bien, demasiado bien para ser un abuelo arrugado.

-Mira niño dame un caramelo y ya está.

Ahora tengo que andar con cuidado porque si meto la pata se irá y lo perderé todo.

-Bueno es que en su habitación. Yo no le conozco.

Suelta un bufido y se gira. Le oigo refunfuñar mientras se da la vuelta y avanza por el pasillo dirección a la sala común. Mierda seré idiota ahí si que no tendré oportunidad. Tendré que rebajarme. Le grito pero no me oye, o no me quiere oír. Le sigo por el pasillo hasta que le doy alcance, para ir con el bastón es extremadamente rápido.

-Estas bien compartiré con usted. Pero vayamos al jardín de atrás. Ahora no habrá nadie.

Le veo que duda. Esta mirando un punto fijo detrás mio. Supongo que calculando la distancia hasta la puerta del jardín. Ahora vuelve la cabeza hacia el otro lado sopesando marcharse. Joder porque no se decide. Tengo que lanzarme con todo lo que tengo.

-Te daré la bolsa entera para que la guardes en tu habitación.

Ahora sí que me está prestando atención. Los ojos le brillan. Las manos le tiemblan y las comisuras de la boca se han curvado levemente. Y una perla de sudor ha aparecido entre los pliegues del labio superior. Me giro hacía la puerta del jardín y puedo oír sus pisadas detrás de mí. Sin decir nada me sigue como un perrito. Abro la puerta y la dejo abierta para que pase delante. Le veo dudar. Le cuesta atravesar la puerta. Si la cruza será mío. Si no lo hace lo abre perdido. Saco lentamente la bolsa de caramelos. Fuera el sol se esta escondiendo tras el muro de la residencia pero un último rayo se posa sobre la bolsa de plástico haciéndola brillar. Los hago tintinear en mi mano y se decide a cruzar. Aunque los muros son altos hay una puerta pegada a uno de los lados, oculta tras una frondosa hiedra. Lo se porque ya he estado allí. Acompañe a otra abuelita hace unos meses a dar un paseo. Fue un paseo delicioso. El abuelo detrás de mi no dice nada y no se sorprende al atravesar los muros. Al otro lado casi no hay luz. Es un rincón oscuro entre altos muros de edificios de aproximadamente dos metros de área, y donde solo hay una alcantarilla cerrada levantada unos cincuenta centímetros del suelo. Ahí, sobre la alcantarilla que hace las veces de banco nos sentamos. Y ahí le doy la bolsa de caramelos. El abuelo la mira como si fuera un niño pequeño. Y ávido va devorando lentamente un caramelo. Es mi momento. Le miro fascinado mientras el caramelo va de la bolsa a su boca. El abuelo comienza a salivar y yo también. Saco de mi manga un cuchillo largo y estrecho que llevo metido en una protección de cuero pegado al brazo. Me pongo de pie detrás suyo y de un movimiento rápido le rebano el cuello. Adoro ese momento. La sangre sale disparada hacía delante por lo que no me salpica. Después de un par de borbotones, un sonido gutural sale de la garganta y noto el peso del abuelo contra mí. Le tumbo en el suelo ya sin vida y con cuidado de no mancharme voy fileteando su piel arrugada y aun caliente. Y la voy devorando. Tiene un sabor dulce y al mismo tiempo esta dura. Cuando ya me siento saciado limpio el cuchillo y lo meto en su protección. Abro con cuidado la alcantarilla. Un olor pestilente asciende. Ahí deben de estar mis otras victimas. Sonrío orgulloso. Con cuidado lanzo al abuelo al interior de lo que parece un profundo pozo. Me deshago también el bastón y vuelvo a cerrar la alcantarilla. Recojo la bolsa de caramelos. Atravieso la puerta y me dirijo a mi rincón, a las escaleras de las que no me he movido en toda la tarde.

Pasados unos minutos noto a una mujer a mi lado en las escaleras.

Es mi madre que me sonríe.

-Nos vamos ya.

Yo le sonrío a su vez. Estoy feliz. Ella lo esta también.



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